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lunes, 1 de noviembre de 2010

Apuntes sobre la tercera guerra mundial.

Una extraña represión implícita.
Recuerdo la idea cosmopolita del Sr. Kant paseándose pomposamente por la mayoría de los textos producidos en el noticiero del horario estelar. En todas las pequeñeces de las mínimas noticias nacionales, está el germen de la emancipación, la idea ilustrada de una sociedad global, una justicia global y una verdad absoluta, impuesta y perteneciente a todos. La imposición implícita de un deber ser.
El mundo no puede ser sino un mundo ilustrado, un mundo moderno, más allá de la posible estadía posmoderna actual. Pienso entonces, con la gestualidad del rostro por el suelo, en esa unidad exteriorizada y coercitiva y asumo, con cierta tristeza y rencor, que la predicción totalizadora Kantiana se cumple.
Ahora, es este universal, esta verdad que recorre implícitamente todos los movimientos mínimos de las distintas instituciones de saber, (digo, educación, periodismo, salud y ciencia entre otras) la que habría que volver a pensar, la que habría que evidenciar en cada  momento, en cada reunión, en cada almuerzo. Pero no la verdad de lo verdadero, en términos de la metafísica y trillada dualidad occidental, no la verdad en frente de la falsedad. Me refiero, a poner el foco en cierta voluntad de verdad que recorre los distintos discursos institucionales, que se cuelan sin filtro alguno, por las distintas editoriales de prensa televisa. Fijarse y debelar la simple práctica de la construcción de la verdad, del saber.
“Pues esta voluntad de verdad, como los otros sistemas de exclusión, se apoya en una base institucional: está a la vez reforzada y acompañada por una densa serie de prácticas, como la pedagogía, el sistema de libros, la edición, las bibliotecas, las sociedades de sabios de antaño, los laboratorios actuales. Pero es acompañada también, más profundamente sin duda, por la forma que tiene el saber para ponerse en práctica en una sociedad, en la que es valorado, distribuido, repartido y en cierta forma atribuido.”[1]
¿Dónde se encuentra entonces esta materialidad del discurso verdadero? ¿cuál es la forma que tiene el saber institucional para ponerse en práctica?
En rigor, todas las instituciones tienen sus propias estrategias para distribuir la verdad de la propia institución, lo que se puede decir,  lo que se puede discutir, lo que se puede hacer, por lo tanto, para evidenciar, de pasada, la falsedad de la propia institución, lo enjuiciable, excluido y puesto en duda, en son de la perpetuidad de la total institucionalidad. Las practicas discursivas que llevan a cabo el impulso y la  mantención de la verdad única, son diversas. Sin embargo, más allá de las diferencias en los dispositivos de voluntad de verdad que desarrollan las distintas instituciones, la exclusión, en las distintas esferas y, en particular, en el mundo de los noticieros nacionales, actúa como referente común a todas ellas.
Kant y su sueño cosmopolita, se desmenuza aun siendo unidad y congestiona todos los espacios institucionales de esta habitación llamada mundo. La universalidad,  y el gran proyecto totalitario de nuestro amable hombre ilustrado, se defiende a punta de exclusión, una exclusión inevitable por lo demos, pero una exclusión que toma ribetes estratégicos sumamente quisquillosos.
Y es que no basta puramente con excluir, desde hace un tiempo hasta ahora, los expertos que saben y desconocen a la vez esta voluntad de saber, han desarrollado toda una amalgama de dispositivos de inclusión institucional. La inclusión de los sujetos, se ha transformado en la técnica por antonomasia de esta voluntad de saber y dichos sujetos no hacen sino fomentar y alimentar la propia institucionalidad, la propia voluntad de verdad que, no hay duda, no les pertenece. O sea, el sólo hecho de inclusión (casi amorosa por lo demás, por su extrema identificación anulatoria.) no asegura para nada la participación discursiva de las diferencias. Es más, la presión y coerción de los discursos aceptados  por esta voluntad de verdad, ejerce mayor fuerza sobre la individualidad incluida. Durkheim lo plantea claro, en términos del discurso imperativo como hecho social : “Sin duda, cuando me conformo a él plenamente, esta coacción no se siente o se siente poco, ya que es inútil.”[2]
Kant probablemente siga saliéndose con la suya, puesto que la verdad de la propia voluntad de verdad nunca es escarbada lo profundamente necesario para debelar sus genuinos propósitos. Pues estos, no son sino, puro deseo, pura voluntad de instalarse como verdad, pura ansia irracional de seguir perpetuándose. Y la verdad, aunque duela decirlo, es una humorada, una arbitraria humorada que, sistemáticamente, nos toma demasiado en serio, nos toma y determina demasiado en serio.
“Así, no aparece ante nuestros ojos más que una verdad que sería riqueza, fecundidad, fuerza suave e insidiosamente universal. E ignoramos por el contrario la voluntad de verdad, como prodigiosa maquinaria destinada a excluir.”[3]
En definitiva entonces, ya no importa la verdad, de hecho dejó de existir hace mucho tiempo y lo que apremia ahora, es salir rápidamente a la búsqueda de esa voluntad de verdad, a evidenciar el funcionamiento práctico de esa voluntad, para enrostrarle a ella y al estimado Señor Kant, su imposibilidad de paz y justicia universal, sin cargar indisolublemente con una barbarie y exclusión cosmopolita.




[1] Foucault M. “El orden del discurso”. Fabula Tusquets editores. Argentina 2008. Pág. 22.
[2] Durkheim E. “Las reglas del método sociológico”. Edita Fondo de cultura económica. México 1997. Pág. 39.
[3] Foucault M. “El orden del discurso”. Fabula Tusquets editores. Argentina 2008. Pág. 24.

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