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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Apuntes sobre la tercera guerra mundial.

El libro, el cuerpo, sus posibilidades y vigilancias.
Leyendo, más bien hojeando, el Artes y Letras del domingo, encontré una columna que hablaba sobre las garantías de existencia del libro en su formato tradicional.[1] Últimamente, estimulado por la práctica tediosa y continua de la lectura desde la pantalla del computador, he pensado seriamente en los daños físicos de este ejercicio, y de la cuestionable existencia del formato tradicional del libro.
De la variedad de autores que asomaban en el artículo que cité anteriormente,  el cual se presentaba en el contexto de la Feria del libro de Frankfurt, llamada “El incierto futuro del libro”, se hacía referencia a Humberto Eco. Este, más allá de la posibilidad de que con internet y los dispositivos comunicacionales masivos, la lectura se ve estimulada en los sujetos, el autor se detiene en un punto que podría verse de manera más bien irrisoria, pero que sin embargo tiene una importancia real, política y contundentemente común.
“Eco afirma que la internet ha obligado a volver a leer, pero el soporte no puede ser únicamente la pantalla: dos horas leyendo una novela allí y ‘los ojos se convertirían en dos pelotas de tenis’ y concluye: ‘las variaciones en torno al objeto libro no han modificado su función, ni su sintaxis, desde hace más de quinientos años. El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor’”.[2]
La realidad de nuestros cuerpos, la debilidad y vulnerabilidad de estos, no es sino parte del condicionamiento, del obstáculo, para el desarrollo de otros formatos de lecturas, de otras plataformas que podrían excluir al tradicional formato del libro. Esos ojos que se transforman en pelotas de tenis al estar más de dos horas frente a una pantalla, son, de cierta forma, el aliado de la posibilidad de existencia del antiguo formato de lectura.
De esta manera, las posibilidades de nuevas plataformas de lectura, deberían ser estudiadas y elaboradas de acuerdo a ciertas condiciones corporales del ojo, en tanto materialidad lectora. Dicha materialidad, se instalaría como el objeto de estudio deseado para ampliar las posibles formas de presentar un texto. La relación, por tanto, entre el formato texto y su inevitable creador y consumidor corpóreo, se presentaría como uno de los ejes de importancia en este ámbito de estudio.
Cuerpo entonces, como elemento a desplegar, en tanto cierta suspicacia teórica, comercial y publicitaria que comienza a instalar y a divulgar nuevos elementos y dispositivos de consumo que ampliarían los formatos y soportes de lectura. De esta manera, el hecho de preguntarse por el futuro del libro con cierta carga ya preconcebida (ojo con el nombre que se le da a la feria del libro de Frankfurt: “el incierto futuro del libro”), demuestra cierta predisposición a poner en tela de juicio la existencia del tradicional formato del libro, lo cual, nos llevaría inevitablemente a preguntarnos por las motivaciones implícitas de este sentido desplegado por la gran industria mercantil del libro.
¿Tienen, la empresa tecnológica y las grandes editoriales, ciertas pretensiones o intereses por desplegar e instalar ciertos formatos de lectura que se alejen del  tradicional formato libro?, en el marco de una sociedad de las informaciones a nivel global, ¿a que grupos de poder les podría interesar modificar los tradicionales soportes de lectura?
En definitiva, para poder hacer algo mejor, en términos de Eco (“…el libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, una vez inventado, no se puede hacer nada mejor”), la simple modificación o cambio del formato libro no bastaría. La desnuda imposición de diferentes y virtuales soportes de lectura no podría lograr un avance significativo (en términos de sus interés de mercado). Para desarrollar un mejor elemento, para poder hacer algo mejor que el clásico libro, habría que, necesariamente, meter mano en el entorno, en las ligaciones de existencia de dicho elemento.
Siguiendo con la lógica de este texto, la única posibilidad que se vislumbra para poder desplegar masivamente la lectura en otros soportes tecnológicos mejores, está implícitamente relacionada con las posibilidades de incluir y controlar las disposiciones vitales de nuestros cuerpos. El ojo, el sujeto y la población consumidora de medios de comunicación masivos, de soportes de lectura masivos, no pueden sino que estar incluidos en esta vorágine de producción y destrucción tecnológica. El ojo en definitiva, como punto de encuentro de políticas gubernamentales y corporativas para el mayor despliegue de soportes de lectura (“extender el mercado, circulación de mayor mercancía, etc.…”) que cooperen a la desmonopolización del clásico y arcaico formato libro.
El cuerpo expuesto.


[1] Diario el Mercurio. Cuerpo E. Domingo 17 de octubre de 2010. Columnista: Patricio Tapia. Pág. 4.
[2] Ibídem. Pág. 4.

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